"Intuiciones, desplazamientos y derivas" de Maite Acosta.
Del 10 de abril de 2024 al 31 de mayo de 2024 en Escuela Municipal de Artes Plásticas Manuel Musto, Rosario.
Me gustaría saber en qué parte de mi cerebro se aloja incrustada la idea de que la producción artística tiene que ser una masa uniforme y cerrada. Si supiera en qué recoveco está instalado ese detestable pensamiento podría tirar del hilo que lo hace estar tan firmemente anudado a mis certidumbres. Para escribir tengo que tener una voz singular que atraviese toda mi producción, un posicionamiento sostenido y formatos parecidos. Para pintar tengo que tener un estilo definido, una búsqueda precisa y un interés inquebrantable. Sobre todo tengo que decidir. No puedo escribir y pintar. Tengo que focalizarme en una sola práctica con un determinado estilo. A o b. A, b,c, d o e. Decidir por un camino claro y único.
Esta carga irrumpió en mi vida desde muy temprana edad aunque no podría decir con precisión cuándo. Durante mucho tiempo intenté encontrar alguna obsesión que defina mi estilo, que me cale tan hondo como a Yayoi Kusama los puntos, para poder así tener un lugar firme desde el cual ejecutar mi producción. Pero no pude, en mi mente hay suficiente espacio para que coexistan más de una fijación a la vez.
Si bien todavía no pude acceder al compartimento de mi mente en el que se alojó cómodamente durante tanto tiempo este postulado, hace poco una revelación lo refutó en el Barrio Saladillo. Invitada por Mai para visitar su muestra, fui a La Musto por primera vez. Había escuchado maravillas sobre el lugar y sus talleres durante años, y que además había sido la casa y taller de Manuel Musto quien donó el espacio para la creación de una escuela de artes plásticas. Me generó mucho entusiasmo conocer finalmente ese lugar ya que sus pinturas pertenecen a mi genealogía personal de influencias y referencias desde que vi su pintura Rincón de taller (1927) en el Castagnino.
Una vez finalizado el encuentro y recorrido, emprendí el regreso a La Sexta. Había chequeado previamente en Google maps el recorrido para llegar a la parada de colectivo, tenía que enfilar hacia la izquierda, doblar en la esquina y caminar tres cuadras hacia el Este. En la ciudad prefiero guiarme así, por la cantidad de cuadras y lados hacia los que tengo que doblar porque muchas veces los nombres de las calles están desdibujados. Recorrí esas cuadras como si fuese una turista, sorprendida por las casonas históricas y los colores anaranjados de los primeros días de otoño que comenzaban tímidamente a teñir los árboles. Una vez que estuve en la parada observé mi alrededor con detenimiento y encontré pintado en la pared de la esquina el nombre de la calle: Pavón. No sé en honor a que persona apellidada Pavón nombraron esa calle pero sí sé que Cecilia Pavón, escritora y poetisa contemporánea argentina, al igual que Musto, es headliner en mi genealogía artística personal. Esa tarde la vida, el destino, la casualidad o lo que sea que marque el pulso de la vida, me presentó como parte de lo mismo a dos cosas que siempre sentí separadas y enfrentadas. Siempre pensé que tenía que elegir: arte o escritura. Entendí, tarde pero a mi propio ritmo, que en mí, son parte de lo mismo.
El Lunes 6 de Mayo conocí un barrio completamente nuevo para mí, el Barrio Saladillo. Lo conocía únicamente como el telón de fondo de la salida de Rosario hacia Arroyo Seco o Pueblo Esther. Desde el auto en movimiento por la Avenida Circunvalación, muchísimas veces lo vi sus casonas antiguas ocupando esquinas enormes, una imagen completamente anacrónica y ajena a las zonas de la ciudad que suelo habitar. En el corazón del barrio se encuentra la Escuela Municipal de Artes Plásticas Manuel Musto, más conocida como La Musto, donde se estaba llevando a cabo la muestra individual de Maite Acosta, Intuiciones, desplazamientos y derivas, a la que fui invitada muy amigablemente por la artista.
Llegué temprano, lo que me permitió recorrer un poco el lugar. Cuando ingresé a la escuela, una chica vestida de seguridad o policía, no recuerdo bien, me indicó que la sala de exposiciones se encontraba subiendo la primera escalera. Una vez arriba me vi envuelta por murmullos que provenían de un taller que se encontraba en el fondo del primer piso, estaban discutiendo sobre qué implicaba elaborar un proyecto artístico. Me dieron ganas de acercarme para escuchar más, pero no quise pecar de entrometida así que me concentré en recorrer la muestra. Lo primero que percibí y que me sorprendió fue la cantidad de obras, tantas que no alcanzaron las paredes. En el medio de la sala se agregaron tres mesas de casi dos metros de largo cada una para poder disponer todas las piezas que conforman la muestra.
El cuerpo de obra seleccionado está compuesto por más de cien piezas, desde lienzos, cuadernos, dibujos, pasando por estudios de color y de técnica, hasta piezas cerámicas. Da la sensación de estar dentro de la intimidad del taller de producción de Maite, se pueden ver todas las líneas de fuga de sus procesos, procedimientos y notas. Hay cuadros encimados, como así también los hay enmarcados y colgados en la pared. Todo en la muestra es una experimentación que no es tímida en lo absoluto, se corre del “producto terminado” que suele suponer una exhibición y propone presentar los procesos y cuestionamientos dentro de la producción propia. Reforzando la propuesta, al fondo de la sala hay un cuadro inconcluso sobre el que la artista va trabajando in situ todas las semanas, haciendo de la muestra un lugar de producción. También, a lo largo de las semanas, va intercambiando algunas obras, agrega nuevas y quita otras. De una semana a la otra, la muestra va cambiando, es una muestra viva.
El recorrido de Maite dentro de la escena artística de la ciudad es extenso. Como artista realizó muestras individuales y grupales en varios espacios, entre ellos Estudio G y Crudo. Hace más de diez años tiene sus propios talleres de arte por los que han pasado más de doscientos alumnos y además es docente de Bellas Artes en la Facultad de Humanidades y Artes. Además, tiene una columna semanal sobre arte en La canción del país, programa emitido por Radio UNR (disponible en Spotify). Su recorrido y los distintos roles que interpreta delata su curiosidad voraz, como así también la cantidad de espacios que necesita ocupar para lograr cubrir sus intereses en el campo artístico. Hay algo de ese estar corriendo todo el día de un lado hacia el otro que se ve reflejado en la muestra, ir de un interés al otro sin ningún retraimiento.
La capacidad versátil e inquieta de producción de Maite que se ve desplegada en la muestra es deslumbrante. La diversidad aparece como resultado de una curiosidad y como desborde de su práctica docente. En ese despliegue de técnicas hay un compromiso con su propia formación para poder cubrir las diversas necesidades de sus alumnos. Sin embargo esta producción heterogénea, para ella durante mucho tiempo significó un conflicto que identificaba como falta de “estilo”. La demanda, muchas veces autoimpuesta, de tener un estilo definido en la práctica artística, es un fantasma que acecha a muchxs. Existe una idea de que lxs artistas tienen un modo de producción con un perfil estético y/o conceptual sostenido. Si bien en muchos casos el cuerpo de obra de artistas se ve cohesionado por ejes puntuales, no es una condición. Con esta muestra, Maite expone y hace colectiva su búsqueda por ese estilo personal propio, por esos puntos de fricción dentro de su producción.
La voracidad por el registro es un aspecto constante en su modo de producir, y es en sus cuadernos donde se materializa de manera evidente. Los más de veinte cuadernos seleccionados para la muestra se encuentran desplegados en una de las mesas centrales. Están abiertos de par en par, se los puede levantar, hojear y mirar detenidamente. En sus hojas hay cielos acuarelados, apuntes sobre artistas, dibujos, listas infinitas, notas sobre su propia producción y estudios de técnicas. Además de las cosas concretas como palabras y dibujos, los cuadernos también contienen cosas intangibles: los recuerdos de cada día en el que Maite dibujó o escribió en ellos. En la acción de registrar deja un rastro de un momento puntual. es también un modo de investigar estando atenta a lo que la rodea y a lo que le sucede. La condición transportable de los cuadernos los vuelve el medio ideal para el registro, transformándolos en amuletos que lleva a todos lados. Y si bien no hay indicios de que tengan propiedades protectoras que alejen el mal, si hay certezas demostradas de que propician su proceso creativo.
En el 2015, Maite participó de una muestra compartida con Romina Coletta en EstudioG titulada 33 vistas de mí. En esa instancia exhibió una serie de lo que denomina “autorretratos indirectos”, objetos y elementos que la representan y en los que hay partes de ella como la vajilla de su abuela, sus materiales de trabajo y su taller. Algunas de estas obras están presentes en Intuiciones, desplazamientos y derivas. Esa idea de autorretrato indirecto se extiende sobre gran parte de su producción, los registros que realiza suelen estar en lo inmediato, en lo que la rodea y la constituye. Principalmente el registro de su taller, tanto como espacio físico como las prácticas que realiza en torno a su rol dentro de la práctica artística. En este sentido la muestra funciona como un gran autorretrato indirecto, donde su curiosidad, dinamismo y voracidad encarnan el conjunto de obras. Porque no hay una sola Maite, hay más de cien y todas se hacen presentes en la Sala Boglione.
La propuesta de Maite me resulta sumamente honesta consigo misma y con el público. En lugar de elegir algún núcleo particular de obras para exhibir, decide indagar sobre su recorrido, recomponiendo todas sus búsquedas y rastreando hilos conductores. La muestra es una búsqueda en sí misma, como así también un espacio de aprendizaje y de producción. Los procesos son eso, una oscilación entre lo acabado y la experiencia.
A la hora de trazar los planteamientos de la muestra, Maite tuvo muy presente lo que significa La Musto como espacio de formación y también su peso simbólico. Es una escuela taller que pregona una estructura sin jerarquías en la búsqueda de construir un espacio que funcione lo más horizontalmente posible. Las personas que han transitado La Musto le mantienen un cariño especial, es un lugar de formación muy distinto a los demás. El nivel de lxs docentes sumado a la filosofía pedagógica de la escuela dan como resultado una experiencia de formación artística transformadora. Al ser un lugar de formación artística, la mayor parte del tiempo es un espacio habitado por alumnxs. Es por eso que le resultó preciso desplegar allí sus últimos diez años de producción y mostrar sin tapujos sus propias búsquedas. Responde al carácter no jerárquico, bajar al artista del podio y mostrar los conflictos a los que puede enfrentarse en su producción. Desarma la idea de obra como algo finalizado y cerrado, y abre una nueva posibilidad de plantear una muestra como algo en movimiento. Para lxs alumnxs en instancia de formación, poder acceder a una muestra como Intuiciones, desplazamientos y derivas les habilita nuevas formas de pensar sus propias producciones de una manera no menos seria pero si menos estructurada.
“¡Hola! ¿Qué hacés? ¡Shhh! Voy a La Musto. No me sigas. ¿Dónde? Está escondida, cerca de una cuadra llena de naranjos y una cascada. Lejos. Hay que encontrarla. ¿Qué es? Un lugar donde van personas de 4 a 100 años, o hasta donde llegue la vida. La fachada dice “Escuela”, pero cuando la nombran usan entre ellxs una clave: unen un artículo a un apellido. ¿De quién? Del señor dueño de casa, dicen que es el que te recibe en la puerta, todxs parecen conocerlo, pero nunca nadie lo ha visto. ¿Pero qué hay? Máquinas, artefactos, herramientas, libros. Un pasillo, dos escaleras y un montón de cuartos. ¿Como una casa encantada? Será, porque la gente que entra ahí no sale. Dicen que se los ve una vez al año, en una caravana y prenden fuego a muñecos en una fogata gigante. ¿Pero qué enseñan? Es un misterio. ¿Qué dicen? Es un secreto.”
Conversación escuchada en una esquina de Rosario
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